
Pero comencemos desde el principio, ahora os presentaré a mi
tío Javier, ese hombre fiel votante del PP. Javier es un hombre tradicional y
como muchos de su quinta septuagenaria, se ha ido convirtiendo en cada vez más
conservador y cada vez más receloso de cualquier cambio político o social.
La historia de mi tío Javier ha podido ser la historia de
otros muchos hombres de su generación. Dedicó su vida al trabajo, en los
talleres desde corta edad, vivió expectante, aunque siempre sin involucrarse,
los rápidos cambios que se iban aconteciendo durante la transición y los
primeros años de la democracia.
Según me contaron algunos de sus antiguos compañeros de
tajo, Javier fue siempre un trabajador ejemplar, aplicado y solidario con todos,
ya fueran peones u oficiales. Sin embargo, ya a finales de los 70, mi tío tuvo
varios desencuentros con algunos representantes de las estructuras sindicales
que entonces emergían con fuerza. Acuerdos sin sentido, engaño a los
trabajadores y líderes sindicales que actuaban únicamente por su propio interés
fueron algunas experiencias que hicieron que mi tío Javier terminara
decepcionado y asqueado de ese movimiento sindical institucionalizado que
quedaría retratado a la perfección en los Pactos de la Moncloa de 1977.
Pero continuemos. Mi tío Javier era un currito en toda regla,
un trabajador al que toda la familia recordamos, allá a comienzo de los
ochenta, ilusionado e ilusionando a todos con un nuevo hombre que se oteaba
hercúleo en el horizonte político del país, el hombre de la OTAN ahora no,
ahora sí, el padre de la socialdemocracia liberal en este país, Felipe
González. Su efusividad, que puede parecer ridícula en la actualidad, solo se
podría entender recordando lo que venía a significar Felipe González y el PSOE
de los primeros años de la democracia para tantas y tantas personas en este
país.