24 de octubre de 2011

Nos quieren ver hundidos

En la actualidad estamos inmersos en un contexto social ciertamente desesperanzador. Seguro que han observado como el ánimo y la vitalidad de algunos amigos y conocidos o la suya propia se han ido desplomando al mismo ritmo que lo hacían los mercados, ese ente diabólico interesadamente indefinido.

La burbuja económica explotó y el tsunami de la crisis llegó y empezó arrastrando la moral de los que viviendo en una ilusión consumista creyeron tenerlo todo sin realmente tener nada. Pero el desastre continuó y creció hasta absorber la ilusión y la vitalidad de millones de personas arrojadas al desempleo y en muchos casos sumidas en la más insoportable desesperación.

Para unos llegó el fin del opulento espejismo capitalista y para otros terminó también sus expectativas de construcción personal, de desarrollo profesional, de poder vivir de forma digna en esta maldita jungla mercantilista.

Cuando el verdadero rostro del capitalismo asoma, la incertidumbre y la rabia afloran. Por ello, es preciso ser muy hábil para manejar un panorama desolador formado por la desaparición de oportunidades y la desigualdad creciente reflejada en rebajas sustanciales de derechos sociales. Es necesario disponer de una poderosa maquinaria para asegurarse que los peones caídos en la batalla sistémica no se rebelen en contra de su rey.  

El capitalismo ha movido ficha. El bombardeo de necesidades superfluas que taladran nuestras conciencias continúa presente, el camino sigue marcado con meridiana precisión. El sistema aporta su marco, sus reglas morales basadas en el individualismo extremo, la atomización, el pensamiento único, el consumismo salvaje, la desmovilización y la competitividad. Quieren hacernos creer que no hay elección.